martes, 22 de noviembre de 2011

La "sospecha" antropológica del siglo XIX: Marx, Nietzsche y Freud


A partir de Karl Marx, Friedrich Nietzsche y Sigmund Freud surgen en el horizonte de la filosofía occidental nuevas formas de aproximación interpretativa a la realidad, que se desarrollan en sentido diferente de aquella filosofía centrada en la actividad racional del sujeto o filosofía de la conciencia, cuya culminación se encuentra en el pensamiento hegeliano. El ejercicio de la sospecha consiste en cuestionar la capacidad de la conciencia para superar mediaciones y colocarse en forma directa frente a la verdad. En efecto, la realidad se nos aparece mediada por signos de naturaleza diversa, por la actividad productiva, el trabajo, por construcciones racionales, valoraciones e ideologías que opacan la conciencia, la tornan confusa y ambigua.
La sospecha impulsa a la crítica, que en el caso de Marx está dirigida a demostrar la existencia de contradicciones sociales reales, que no quedan canceladas con la mera reforma de la conciencia, pues resultan encubiertas las relaciones sociales de producción históricamente determinadas. Es necesario, entonces, desenmascarar esa concepción deshistorizada de la esencia humana que considera al individuo modelado conforme a la naturaleza y no como un sujeto histórico marcado por las tensiones y conflictos de su época. Frente a la idea abstracta de individuo, Marx afirma que “el hombre es, en el sentido más literal, un xvον politikón [animal político] no solamente un animal social, sino un animal que sólo puede individualizarse en la sociedad. La producción por parte de un individuo aislado, fuera de la sociedad ... no es menos absurda que la idea de un desarrollo del lenguaje sin individuos que vivan juntos y hablen entre sí” (Marx, C., 1970: Introducción). Cuando el capital prevalece sobre el trabajo, los productos de la actividad humana se vuelven cada vez más complejos y diferenciados, al mismo tiempo que se debilitan las fuerzas y capacidades de los productores. La alienación no es, entonces, sólo un problema de conciencia, sino que ésta es parte de un proceso total, que comienza con la enajenación del producto y de la misma actividad productiva (trabajo), pero que abarca también el extrañamiento de sí mismo como ser genérico y la reducción de la naturaleza a mera materia prima; y culmina en la alienación de la propia esencia humana, en la medida que el ser mismo del trabajador, su actividad productiva, pertenece a otro hombre que no es trabajador. (Cfr. Marx, C., 1984).
Al igual que Marx, Nietzsche sospecha de la supuesta universalidad de los valores morales consagrados por la tradición filosófica occidental. Valores tales como lo verdadero, lo bueno, lo santo tienen un origen “demasiado humano” para que puedan ser declarados absolutos y universales; son expresión de intereses inconfesables. Así, por ejemplo, Nietzsche cuestiona el valor de la “verdad” tal como ha sido buscado por los filósofos en todas las épocas. Ellos se han preguntado ¿qué es la verdad?; Nietzsche, en cambio, pregunta no sólo por el sujeto: ¿quién busca la verdad?, sino también por aquello que en el sujeto impulsa tal búsqueda: “¿Qué cosa existente en nosotros es la que aspira propiamente a la “verdad”? (Nietzsche, F., 1979: 21). El método crítico de Nietzsche, la genealogía, intenta desenmascarar indefinidamente cualquier identidad original; esto es ir quitando uno a uno los velos de cualquier cosa que se ponga como fundamento primero, sin pretender nunca llegar a correr el último velo, en una actitud contraria a toda sistematización, a toda codificación única y privilegiada de la realidad. Al preguntar no por la verdad del valor, sino por el valor de la verdad, Nietzsche saca de quicio tanto al conocimiento científico como al metafísico. Desde su perspectiva axiológica, la verdad es entendida como apertura de la vida que fluye, como voluntad de poder y como eterno retorno. Una moral se define por la manera como se ajusta a la vida, es decir a la voluntad de poder en el sentido positivo de afirmación de la vida y de principio de creación de valores. Nietzsche invierte el sentido clásico del nihilismo: no es nihilista quien niega la existencia de valores —sobre todo tratándose de los valores vigentes en la sociedad burguesa decimonónica—, pues estos son valores sin vida, vacíos, son nada. Nihilista es quien se aferra a esa “nada segura” y se niega a vivir el riesgo de crear “nuevos valores”. Sólo el hombre fuerte es capaz de aceptar la intemperie, la provisionalidad de la existencia, y afirmarse en el presente creando nuevos valores (Nietzsche, F., 1979: 29).

¿Qué nos aporta el ejercicio filosófico de la la sospecha para la reflexión antropológica?
¿Qué características asumiría hoy nuestro ejercicio de la sospecha sobre la condición humana?

1 comentario:

  1. ¡BRAVO!. Me encantó la manera en que se trató la tematica y se siente que fue escrito por un conocedor, gracias por ilustrarme en este tema; en particular, me encanta.

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